Festividad: 29 de junio
Canonización: Pre-Congregación
¿Te sorprende que un hombre que una vez quiso llevar a los cristianos a la muerte se convirtiera en uno de los más grandes santos de la Iglesia? Ese hombre es San Pablo.
Pablo, que se llamaba Saulo, nació en Tarso, en el país que ahora llamamos Turquía. Cuando era niño, aprendió el negocio familiar de hacer y reparar tiendas de campaña de su padre. La familia de Saulo eran fieles judíos. Ellos pedían a Dios que pronto se cumpliera su promesa de enviar al Mesías. Cuando Saulo era joven, fue enviado a Jerusalén para estudiar la ley judía.
Cuando regresó a casa, Saulo empezó a escuchar sobre un profeta llamado Jesús que decía ser el Mesías. La gente decía que este hombre había resucitado de entre los muertos y que había hecho milagros como señal de que había sido enviado por Dios.
Saulo comenzó a perseguir a los seguidores de Jesús. Exigió que renunciaran a su nueva fe. Pero no importaba lo que hiciera, más y más personas se convertían en seguidores de Cristo. ¡Incluso comenzaron a llamarse a sí mismos cristianos!
Saulo viajaba a Damasco, donde la fe en Jesús había comenzado a crecer. A medida que se acercaba a la ciudad con sus compañeros, fue golpeado por una luz tan brillante que lo dejó ciego. Oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
Saulo preguntó: “¿Quién eres, señor?”
La voz respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”.
Los amigos de Saulo le llevaron a una casa en la ciudad. Después de tres días, uno de los discípulos de Jesús vino a visitarlo. El hombre dijo que Jesús quería Saulo creyera en él y que se bautizara. Él impuso sus manos sobre Saulo y lo bautizó. Saulo se llenó del Espíritu Santo y recobró la vista. Comenzó a enseñar acerca de Jesús, diciendo a todos que Jesús era el Hijo de Dios y que, también, debían creer en él. La gente comenzó a llamarlo “Pablo” como signo de la vida nueva que había recibido de Cristo.
El cambio de corazón de San Pablo se llama su conversión. Celebramos este gran evento cada año el 25 de enero.
Pablo viajó a muchos países distintos para enseñar a otros acerca de Jesús. Él compartió la Buena Nueva de Jesús con judíos y gentiles, los que no eran judíos. Se dio a conocer como el Apóstol de los gentiles. Nunca se olvidó de las comunidades de la Iglesia que fundó por todo el mundo. El oraba por ellos constantemente y les escribió cartas. Incluso llegó a escribir cartas desde la cárcel después de ser arrestado por predicar sobre Jesús. En sus cartas instó a los nuevos cristianos a permanecer firmes en su fe y les recordó cómo Jesús quería que vivieran.
Todavía hoy leemos las cartas de Pablo, que llamamos epístolas. Se encuentran en el Nuevo Testamento. A menudo se leen en la Misa y continúan guiándonos a vivir como seguidores de Jesús.
Juntos, San Pablo y San Pedro, Apóstol a quien Jesús eligió para guiar su Iglesia después de regresar a su Padre en el cielo, fueron tan importantes para el crecimiento de nuestra Iglesia que los honramos con una festividad conjunta el 29 de junio. Ambos murieron como mártires por su fe en Cristo. Pablo murió en Roma alrededor del año 65 bajo órdenes del emperador Nerón.
La Iglesia tiene una celebración más cada año en honor a estos hermanos espirituales. Se llama la Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo en Roma. Una basílica es una iglesia grande dedicada a la memoria de una persona o un acontecimiento importante. La Tradición nos dice que las basílicas en honor a San Pedro y San Pablo fueron construidas originalmente en los lugares en que fueron martirizados. Esta doble fiesta se celebra el 18 de noviembre.
En una de sus últimas cartas, San Pablo comparó su ministerio a los sacrificios que hace un atleta exitoso. Él escribió: “He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que me confiaron” (2a Timoteo 4:7).
San Pablo era embajador de Cristo, el representante del Señor para los que aún no habían oído la Buena Nueva de la vida, muerte y Resurrección de Jesús y el plan de amor de Dios para salvar a la humanidad. Tú, también, estás llamado a continuar la obra de Cristo en el mundo de hoy como lo hizo San Pablo. Puedes compartir mejor tu fe con los demás viviendo como seguidor de Jesús. Tu ejemplo puede conducir a otros a Cristo.
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